Formación Espiritual

Nuestro Viaje Final

“Volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio.” by El Mayor David Repass

Cada vez que salimos de viaje, mi esposa me proporciona los datos necesarios: donde vamos (para saber qué tipo de clima tendremos), cuantos días estaremos allí (para calcular cuantos cambios de ropa necesitaré) y el propósito de nuestra estadía (para llevar la ropa apropiada para cada actividad). He descubierto, a través de los 26 años de casados, que mi señora es capaz de manejar los detalles mejor que yo y simplemente confío pues en sus habilidades.

Mis limitaciones mentales requieren que dependa en su capacidad organizativa. Su amable compasión me ha proporcionado todo lo que me ha sido necesario para viajar con confianza. Aún con la mínima información proporcionada he viajado sin dilemas, siempre llegando al destino listo a disfrutar de lo que nos espera.

En cierto modo, pienso de la misma manera en cuanto a nuestro viaje final. Dios nos ha preparado un banquete en los cielos para celebrar las Bodas del Cordero (Mateo 22:2-10; Apocalipsis 19:6-8), y desea que transitemos por el mundo sin el estorbo de bultos innecesarios. Es posible (y preferible) peregrinar por la vida terrenal sin tener que cargar con maletas llenas de “accesorios de moda”.

La Biblia nos ofrece toda la información que Dios quiere ofrecernos para estar listos a llegar a nuestro último destino. Todas las verdades incluidas en el Santo Compendio han sido provistas para prepararnos en anticipación a la eternidad. El supremo deseo de Dios es que tomemos el tiempo en ruta para asegurarnos de que llegaremos (Mateo 25) y para que muchos suban al tren de la salvación (2 Pedro 3:8-10).

Nuestra última doctrina delimita cinco conceptos básicos que Dios nos insta a entender en cuanto al final del mundo. “Creemos en la inmortalidad del alma, en la resurrección del cuerpo, en el juicio general al fin del mundo, en la eterna felicidad de los justos y en el castigo perpetuo de los malos”. Es decir, ya estamos de viaje al más allá, nuestra muerte no es nuestra conclusión y nuestro destino final es determinado durante nuestro transito terrenal.

Confiadamente afirmamos la inmortalidad del alma, pues las Sagradas Escrituras nos dicen: “Volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio” (Eclesiastés 12:7, NVI). Aún más, antes de corretear por nuestro hogar paternal (Efesios 1:3-10), Dios había provisto para nosotros un lugar donde podremos caminar con nuestro Padre celestial sin cansarnos (Juan 17:24). Es interesante pensar que incluso nuestro desgaste físico es una comprobación de que nuestro trajín en la tierra es sólo temporario (2 Corintios 4:7-18).

Aquí es donde algunas personas se confunden siendo que Dios mismo pronosticó nuestro retorno al polvo (Genesis 3:19). Sí, todo lo físico se descompone, pero Dios añade una tremenda promesa a nuestra declinación corporal: el milagro de un nuevo cuerpo (Filipenses 3:21). Sea lo que sea que pase con nuestro “traje terrenal”, Dios nos transformará de la misma manera que Jesús fue transformado al resucitar de los muertos (2 Corintios 5:1-4).

Jesús es la “primicia de los que murieron” (1 Corintios 15:20), en Él Dios confirmó de antemano nuestra participación en esa gloriosa cosecha. Cuando nuestros cuerpos son enterrados, como la semilla es sembrada en la tierra, sabemos que lo que se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Lo que se siembra en deshonra, resucitará en gloria; lo que se siembra en debilidad, resucitará en poder (1 Corintios 15:42-43).

Indudablemente, esto incrementa nuestro deseo de llegar ya a nuestro deleitoso destino. Pero debemos pausar a pensar en el detalle más importante de nuestra terrestre expedición. No podemos ignorar que la trayectoria que tomamos al transitar aquí, antes de “cruzar el Jordán,” será revisada en el muelle. En esa aduana se examinará nuestra fe en Cristo, revelada en la manera en que hemos aceptado Su reinado durante nuestra estadía en este planeta.

Jesús utilizó diversas maneras de recalcar esta importante enseñanza. Nosotros, como las jóvenes que esperaban la llegada del novio para su boda, debemos vigilar activamente; preparados a todo tiempo (Mateo 25:1-13). Poniendo en uso los talentos que Dios nos otorgó, para engrandecer Su reino aquí en anticipo a Su retorno (25:14-30). Mostrando piedad a los hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos o encarcelados (25:31-46).

Claramente Dios dicta: “¡Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo!”, cuando finalmente frente a Él “se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios”; esta profesión será individual, pues “cada uno de nosotros tendrá que dar cuentas de sí a Dios” (Romanos 14:10-12, NVI). El dar cuenta es que “su obra se mostrará tal cual es, pues el día del juicio la dejará al descubierto. El fuego la dará a conocer y pondrá a prueba la calidad del trabajo de cada uno. Si lo que alguien ha construido permanece, recibirá su recompensa” (1 Corintios 3:13-14, NVI).

Antes de emigrar a la Patria Celestial, cada persona debe entonces tomar los pasos necesarios para que pueda viajar en paz, confiado de que cruzará la frontera sin que nada le detenga. Antes de subir a la celeste Sion, Dios provee a cada persona todo el tiempo necesario para su preparación y para predicar las Buenas Nuevas a todos.

Pues no podemos ignorar que la Biblia claramente describe un destino diferente para los que rechazaron los amorosos avances del Salvador. Si durante su vida, nunca buscaron la gracia divina, si nunca preguntaron por el perdón de sus pecados, Dios les respeta su decisión. Toda alma que prefirió vivir lejos del Padre pasará a la eternidad en esa misma condición. Lamentablemente, esa separación será completa e irreversible (Lucas 16:19-26).

Tomemos nuestro tiempo aquí para avisar a todos de este peligro. Tomemos todo oportunidad para advertir a los ignorantes o indecisos que no necesitan recibir el peor de los castigos que fue preparado para el enemigo de nuestras almas (Mateo 25:41). Mientras tienen aliento, tienen tiempo. 

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